EL TESORO VERDE

Octubre 1.991

Texto y fotos: Alberto Puerta

Las amplias llanuras castellanas son el territorio de «caza» de Javier García y su eficiente Pegaso 1431 «Bocanegra»

Pocos saben que el transporte de guisantes requiere hacerse con rapidez y bajo temperatura controlada. Flotando en agua y hielo para mantenerlos frescos, los transportistas se las ingenian para evitar la oxidación de este tesoro verde.

Nuestros profesionales del transporte aguzan el ingenio y disponen sus máquinas para realizar los trabajos más inverosímiles con plena eficacia y versatilidad. Este es el caso del transporte de guisantes frescos y recién cosechados, que se efectúa en cajas de carga impermeabilizadas con todos acrílicos, mientras la mercancía circula protegida de las altas temperaturas con barras de hielo y agua.

Castilla y León es una Comunidad Autónoma con un enorme potencial agrícola. Durante el mes de junio tiene lugar la recolección de los cultivos del guisante en la zona vallisoletana. Desde los campos sembrados de verdes vainas, hasta las factorías de producción y congelación de estos productos alimenticios, resulta imprescindible el trabajo serio y responsable de las gentes del camión.

SAVIA NUEVA

          El relevo de responsabilidades en el sector va realizándose paulatinamente. La juventud, por regla general, encuentra excesivamente duro el trabajo del camión y tratan de abrirse paso en la vida con oficios y tareas más llevaderas, alejadas de las carreteras que patearon sus progenitores. Este no es el caso de nuestro protagonista.

          Javier García ha sentido desde muy niño el penetrante olor a gasoil que exhalaban en el garaje familiar, los viejos cacharros de Rafael, su padre. La atracción por el transporte creció en él con el paso de los años y ahora, con veinticinco prometedoras primaveras, tiene a su cargo un Pegaso “Bocanegra” de cuatro ejes y 310 CV de potencia. Dispone de una carrocería basculante para el transporte de graneles. Completa la flota familia un poderoso Mercedes Benz 1944 pilotado por el “jefe”.

          Javier es una genuino “catacaldos”. Aprovecha la versatilidad de su vehículo para ir de campaña en campaña. En la temporada de la remolacha, la patata y de los guisantes este tipo de transportes cubre su trabajo la mayor parte del año, dedicando el tiempo restante a la carga en general.

GUISANTES QUE VINIERON DEL FRÍO

Campaspero es un pueblecito recoleto que extiende sus casas de limpias paredes y rojos tejados por la inmensa llanura castellana, rompiendo la monotonía del recio paisaje castellano. A caballo entre las provincias de Segovia y Valladolid, aunque enmarcado administrativamente en esta última, es el lugar de origen y residencia de nuestro amigo Javier. Zona de marcado carácter agrícola, desde los cereales y viñedos, cultivos típicos de secano, hasta la remolacha, la patata y los guisantes que precisan de un riego exhaustivo.

        El guisante es una planta herbácea de fruto delicado que se siembra a comienzos de año pare ser recogido alrededor del mes de junio. La campaña de la cosecha es muy breve y el guisante exige ser transportado inmediatamente a las factorías de conservas o congelados. El transporte debe pues efectuarse con rapidez y controlando siempre la temperatura con el fin de evitar que el fruto se oxide, mermando con ello su calidad, incluso llegando a dejar el producto inservible para el consumo humano. Muchas toneladas se han ido a la basura por algún fallo durante el trayecto del campo hasta la factoría.

Javier pilota un cuatro ejes "Bocanegra"

          Podríamos pensar, para una carga a temperatura dirigida, en camiones frigoríficos. Per en este tipo de trabajos los furgones son inservibles. Es necesario llegar hasta el mismo sembrado para recibir directamente desde las cosechadoras la carga por la parte superior de la caja de carga. En el momento de la descarga un frigo tampoco sería el vehículo idóneo, pues el guisante se vierte en una tolva de acero inoxidable para pasar por medio de cintas transportadoras a la zona de selección y calibrado. Durante todo el proceso se impone un camión abierto y con basculante.

        La campaña dura aproximadamente veintitantas jornadas y en este tiempo se trabaja día y noche en el campo. Los hombres y las máquinas paran lo justo para tomar aliento. Un día de retraso en el cosechado puede dar lugar a perder toda una plantación. Los camiones listos para cargar se suceden de forma ininterrumpida. Los diez o doce componentes de la “troika” del guisante, entre los que se encuentra Javier, escalonan sus viajes con precisión germánica para poder cumplir con su tarea con un riguroso control horario. Es así mismo importante concederse unas horas de descanso que les permitan rodar sin problemas en el caso de la siempre temida inspección en ruta del tacógrafo por obra y gracia de los “puntitos”.

DEPRISA, DEPRISA

          En casa toca diana con las primeras luces del alba con el objetivo de poder cargar el primer viaje con la fresca. El “cuatro patas” de Javier salta por los caminos de cabras que tenemos que circular para acceder a las zonas de cultivo. Llegados, un corto intercambio de pareceres con el capataz, empeñado en que el camión se internara en un sembrado recién regado, con lo que el terreno ofrecía pocas garantías de salir de forma airosa de aquel barrizal. Se impone al final la cordura y quedamos a la vera del camino a la espera de que las cosechadoras hicieran su trabajo.

          Pero no siempre sucede así y en algunas ocasiones resulta imprescindible entrar en la zona de cultivo, jugándose el tipo peleando con el barro a la altura de los ejes. Ni bloqueo del diferencial ni gaitas. Cuando el “penco” dice que no sale, no sale. Un fuerte cable de acero y el auxilio de un tractor suelen poner solución al atasco.

          Tres gigantescas cosechadoras se pasean con parsimonia en medio de un mar verde devorando en cada pasada seis metros de campiña. Siegan a ras de suelo las matas cargadas de vainas, las desgranan separando los guisantes de su envoltura y devuelven los desperdicios a la tierra que se convierten con el paso del tiempo en un extraordinario abono natural. 

          Una vez repleta la tolva de 1.200 kg de capacidad atracan al costado del Pegaso y proceden a trasvasar su preciada carga a la caja del camión, tapizada con un toldo azul y con dos mil litros de agua bailando en su interior, que contribuirán junto con el hielo, a mantener la temperatura adecuada durante el tiempo del transporte. Los operarios de Frío Alimentos D’Aragó, empresa compradora de la campaña y ayudados por Javier, van colocando con regularidad las barras de hielo entre los guisantes y el agua durante todo el proceso de carga.

          El agricultor por su parte, vigila sin perder detalle toda la operación, quejándose como no, del irrisorio precio que esta temporada alcanza su producto; 28 pesetas el kilo. Dos toneladas de agua, tres de hielo y doce de guisantes completan la mercancía de nuestro viaje. En total una hora y media de demora en la maniobra de carga.

          Por una estrecha carretera comarcal de firme muy deteriorado, enfilamos hacia Peñafiel, donde Javier nos concedió unos minutos para desayunar a la carrera. Con el café aún dando vueltas por la garganta, tomamos la N-122 en dirección a Aranda de Duero. Nuestro punto de destino es Utebo, a las puertas de Zaragoza, donde está ubicada la factoría de Frío Alimentos D’Aragó. La esbelta silueta del castillo de Peñafiel iba quedando atrás mientras un sol de justicia comenzaba a caldear la atmósfera.

          Como ya es habitual en esta España nuestra, no faltaron los tramos en obras que obligaban a detenciones intempestivas. Adelantar a camiones más pesados que el nuestro, suponía un fuerte compromiso solventado sin dificultades por Javier. La juventud es sinónimo de habilidad, reflejos y dominio. Por el irregular trazado de la N-122, que ya no abandonaríamos hasta el cruce con la N-232 en Gallur, nuestro joven piloto dejó constancia de su maestría al volante, mientras los 310 CV del “Pegasín” movían con alegría las 17 toneladas de carga.

AL FINAL DEL CAMINO

          Sin prisas, los 80-85 Km/h de media evitan sanciones, pero sin pausas, fuimos quemando uno tras otro los kilómetros, cruzándonos con algún colega de tarea al que por la emisora CB íbamos poniendo al corriente de las condiciones de carga en el campo. Ellos a su vez nos pasaban una eficaz información del estado de cosas en la fábrica.

          Nos estaban esperando. Los depósitos estaban casi vacíos y era impensable una demora injustificada. Resultado. Adiós a la comida. Como detalle de delicadeza con el hombre de MUNDO CAMIÓN, una breve parada en el Mesón Los Faroles de Casetas, sin detener el motor, para hacer acopio de unos bocadillos con los que engañar al estómago mientras se daba volquete a la carga.

          En la entrada a la fábrica quizá se echa en falta un cartel que dijera; “Machistas, abstenerse”. No es para menos. La mayor parte del personal, comenzando por la encargaba, son féminas. Pasamos por báscula para verificar el peso de la mercancía y tras los preparativos de la instalación receptora, Javier eleva el basculante hasta la zona media de su recorrido. El toldo que hace las veces de gigantesca bolsa, termina en una manga que sale al exterior de la caja de carga a través de la trampilla en la puerta trasera y por la que saldrán los guisantes directamente a la tolva. Para facilitar la descarga y arrastrar la mercancía, dos gruesas manguera vierten grandes cantidades de agua en el camión, haciendo un primer lavado del contenido.

          Ya en el silo se producen varios lavados sucesivos, una selección por tamaño y seguidamente a la caldera de vapor donde los guisantes hervirán hasta el justo punto de cocción. Sin detenerse un segundo y bailando juguetones por las cintas transportadoras, los guisantes entrar en un túnel de congelación, donde a -7º C se convierten en unas pétreas pelotillas verdes cubiertas de escarcha. Almacenados en grandes palets cúbicos (palots) son etiquetados por su fecha de entrada en las cámaras frigoríficas hasta su posterior envasado para la venta.

          La maniobra es simultánea. Desde que el último guisante sale del camión, hasta su entrada ya congelado en la cámara, no pasan más de quince minutos. El vaciado completo de la caja de carga es mucho más lento que la carga. Tres horas invertimos en la maniobra, tiempo que aprovechamos para dar buena cuenta de los bocadillos, bromear distendidamente con la gente de la fábrica y descansar de la fatiga en la cabina, tras un largo viaje sin escalas.

          Atardecía cuando emprendimos el camino de regreso. Una tormenta estival refrescó el ambiente librándonos del sopor de la jornada y obligando a extremar las precauciones. El asfalto reseco y bañado de goma y aceites, se tornó muy deslizante para el camión vacío. La cena como Dios manda sirvió como despedida. El Hostal Dos Escudos en Vadocontes en la provincia de Burgos, fue nuestro anfitrión. Tras un día de trabajo a la carrera hicimos los honores a una mesa bien provista. Café y farias tras el postre y a dormir unas horas para relajarse antes de retomar la tarea. Las enormes cosechadoras no se detienen ni un instante en su cansino deambular para que la siguiente carga estuviera lista en la mañana.

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