BAJARSE AL MORO (España – Marruecos – España) 7.000 Km con marisco vivo

Es tiempo de marisqueo en Marruecos y todos los jueves se repite la misma historia en Pasajes de San Juan (Guipúzcoa). Los hombres de Viveros Iraeta toman el camino del sur a lomos de su “Cosechadora” de 470 CV. Les esperan 3.500 kilómetros hasta las costas de Al Dakhla, la antigua Villa Cisneros española. Su objetivo; cargar marisco vivo con destino a la península.

Visto en un mapa, el Sahara Occidental, hoy en litigio entre Marruecos y el Frente Polisario, está frente a las Islas Canarias. Pero una cosa es comprobar las coordenadas en un mapa y otra bien diferente, como hemos podido comprobar en carnes propias, llegar hasta allí arrastrando un tráiler con 40 toneladas.       

Para colmar la gula de los gourmets de turno, un puñado de transportistas españoles, mitad profesionales, mitad aventureros, ”bajan al moro” una vez a la semana para hacer llegar a nuestros mercados los buenos, bonitos y baratos mariscos saharianos.

 Ante la invitación de Antonio Quesada, Toñin para los amigos, quién podría sustraerse a la tentación de realizar un viaje único que si para mi tendrá mucho de aventura, para él es tan solo la cosa más corriente del mundo. No en vano su trabajo cotidiano es llegar hasta el reino de Mohamed VI y volver a la vieja piel de toro cargado de sabrosos mariscos vivos.

DONDE HAY PATRÓN

Con casi treinta años de profesión a sus espaldas, los últimos quince transportando marisco, Toñín fue claro en sus condiciones desde un principio. ”Esto es tarea para dos choferes, asi que si vienes tendrás que cogerte a la “rosca” como Dios manda”. No hay problema, respondí y dado que se trataba de mi primer viaje de la temporada se nos sumó Igor, hijo del propietario de Viveros Iraeta, Tomas Azpiroz.

Los primeros 1.150 kilómetros transcurren entre Pasajes y Algeciras. Cada cual hace su turno al volante. Tiramos toda la noche y sin contratiempos alcanzamos el ferry que nos llevará a Tánger, la puerta de entrada al reino de Marruecos. Ya en los primeros trámites aduaneros, Toño demuestra sus muchas tablas en el siempre difícil arte de las relaciones diplomáticas. A renglón seguido y con todos los papeles en regla nos dirigimos a cargar los tanques de agua de semirremolque con agua de mar.

Y es que para conseguir que los mariscos lleguen vivitos y coleando a Pasajes después de 3.500 kilómetros, el semi equipa diez “piscinas” con sus correspondientes motores para la “oxigenación” del agua. En la operación nos ayudan algunos obreros del puerto, viejos conocidos de Toñín, que echan una mano con las mangueras a cambio de algunas cajetillas de Winston.

Para poner el estómago a punto antes de afrontar los 2.400 kilómetros que nos separan del Sahara Occidental hacemos alto en Casa García García  en Larache, parada habitual de todos los transportistas españoles que hacen Marruecos. Una buena paella de mariscos será la última comida “seria” antes de regresar.

DESPERTAR EN EL SAHARA

Conducimos toda la noche sin descanso y en quizá en algún momento al volante, un camión marroquí cargado con paja a cuatro metros de ancho me llevó el retrovisor izquierdo y la antena de CB del Magnum.

El alba nos coge en Tiznit, la puerta de entrada al Sahara marroquí. De aquí en adelante se acabaron los cultivos de regadío y los duros olivos. Ante nuestros ojos se abre la inmensidad del desierto. En el parabrisas lo único que existe es un océano de arena atravesado por una estrecha lámina de asfalto, justa para el ancho del camión. Es hora de “apagar” los móviles y de hacernos a la idea de estar incomunicados los próximos cuatro días.

Si el conducir sobre el frío hielo del norte es una experiencia única, llevar un trailer por el desierto no es una tarea que le vaya a la zaga en cuanto a dificultades. La carretera está prácticamente cubierta de arena y se hace necesario lanzar el camión a toda máquina para no quedar atrapados en ella.

Otra cuestión peliaguda son los cruces con los escasos vehículos que transitan por estos territorios. No hay suficiente asfalto para los dos y por lo tanto se libra una verdadera batalla de nervios por ver quien le cede el paso a quien. La “Cosechadora” de Toño lleva la de ganar en estos casos, pero cuando era yo el que conducía también era yo quien me apartaba, lo que acabó por valerme alguna bronca del “maestro” por temor a salir del asfalto y enterrarnos en la arena.

COMIENZA EL REGATEO

Tras cruzar El Aaiun, donde hacemos acopio de gasoil, llegamos bien entrada la noche a Al Dakhla, la antigua Villa Cisneros colonial. No queda nada en esta ciudad que atestigüe la presencia española porque todo el antiguo Sahara está siendo sometido a un rápido proceso de “marroquinizacion” en el que predominan la cultura magrebí y la francesa. Hacemos noche en un hotel pequeño y destartalado, lo más parecido a la guarida del pirata Morgan, pero hay que aprovechar porque en una semana será lo único parecido a una cama que catemos.

Toño e Igor por un lado y Bethaj y los suyos por otro se muestran inflexibles en sus pretensiones. Los primeros quieren ajustar el precio según las condiciones del mercado español y los segundos no cejan en su empeño de sobrevalorar sus mercancías. Llegado un punto las negociaciones se rompen y cada cual tira por su lado. Finalmente y tras unos thes morunos hay acuerdo y por la tarde enfilamos más al sur, en dirección a la frontera con Mauritania. Contorneamos la bahía de Rio de Oro e hicimos alto en el puesto militar de Al Argoub donde cargamos al cuarto “viajero”. Un soldado encargado de acompañarnos a través de las tierras dominadas por el Frente Polisario. A partir de aquí el uso de la cámara fotográfica es casi tan peligroso como el de un kalashnikov. Todavía quedan 300 kilómetros para llegar a Cabo Corbero a tan solo 25 de la frontera mauritana y donde nos esperan las solicitadas langostas verdes. No ha salido el sol cuando arribamos a Punta Falcón. Resulta extraño que algunos toponímicos guarden la gramática española. En este inhóspito lugar los los pescadores vivaquean los cuatro meses que dura la campaña y lo hacen en chabolas de cartón o de madera contrachapada los más afortunados. 

Buchaib, un marroquí que hace las veces de intérprete, va levantando de  su sueño a los pescadores para que rápidamente extraigan del agua las nasas donde tienen guardadas las langostas pescadas los días anteriores. A la luz de los candiles de butano, Toño e Igor van seleccionando y pesando la mercancía con una báscula que llevan en el camión, arrullados por las vociferantes protestas de los pescadores cuando rechazan alguna pieza que no da la medida.

Las leyes marroquíes obligan a no cargar langostas inferiores a 17 cm y pese a la negativa del militar que nos acompaña, también encargado de que no nos llevemos “pezqueñines”, los pescadores quieren a toda costa que carguemos con todas. Como es natural las voces y los improperios fluyen entre ambas partes, pero al final todos contentos. Las pequeñas vuelven al agua.

CUIDADO… MINAS¡¡

Desde Punta Falcón nos dirigimos aún más al sur; hasta Playa Corbero donde se repite en mismo forcejeo dialéctico. Este lugar dista unos 6 kilómetros de la orilla del mar y se hace necesario esperar dos horas por el Land Rover que nos trae los crustáceos. Hay que andarse con mucha atención porque las arenas del desierto fueron minadas por los saharauis y es conveniente para la salud no apartarse del camión, a no ser que no tengamos mucho interés por nuestra vida.

A mediodía, ya iniciado el regreso, nos cruzamos con otro camión “marisquero” español. Es el Scania del donostiarra Izaguirre que como nosotros va a buscar su carga. Antes de dejar nuestro “alien” de nuevo en Al Argoub bordeamos una enorme duna tantas veces resucitada, como tantas veces fue retirada por el ejército marroquí, hasta que el obstáculo quedó eliminado con una circunvalación.

Rodamos sin descanso hasta El Aaiun donde volvimos a repostar combustible y cargamos langosta roja y bogavante para alcanzar Agadir a media mañana y donde completamos la carga con  dos toneladas de percebes. Finalmente en la pequeña localidad de Azemmour nos esperaban tres toneladas de centollos. Hemos terminado.

El ronroneo del motor de oxigenación y el del Thermo King no paran de sonar, pero afortunadamente la buena insonorización del Magnum nos permite echar una cabezadita sin sobresaltos. Las manecillas del reloj marcan las cinco de la mañana del quinto día al paso por Casablanca. Como almas que lleva el diablo tomamos la autopista de Tánger para alcanzar el primer ferry con rumbo a la península y con el tiempo más que justo.

Durante la travesía del Estrecho de Gibraltar aprovechamos para tomar un frugal refrigerio en compañía de colegas que como nosotros regresaban del Sahara. En total cinco camiones, cinco valientes que cada semana se enfrentan a esta aventura y gracias a los cuales, no falta el marisco en nuestras mesas.

Nada más cruzar la verja del puerto de Algeciras ya tenemos esperando a nuestro primer cliente. Trasvasamos la mercancía y nos ponemos en marcha a todo galope para hacer la entrada en Mercamadrid a buena hora. El “Mack” de la “Cosechadora” pone ahora en liza sus 470 percherones salvando las cuestas de Antequera y Despeñaperros como una flecha blanca. Hacemos un alto estratégico en Guarromán y arribamos a Madrid a la hora correcta para hacer mercado. Estamos en el segundo mercado de pescado del mundo tras el de Tokio.

Ya en dirección a San Sebastián la marcha se ralentiza un poco en la bajada del puerto de Etxegárate. En la cetárea los operarios nos esperan con los brazos abiertos y el jefe a la puerta con el reloj en mano. Tomás Azpiroz nos da la bienvenida contento de vernos de vuelta, al tiempo que imparte las órdenes oportunas para proceder a la descarga.

ToñÍn e Igor también participan en las labores porque son ellos los que conocen la exacta ubicación en los tanques de las diferentes clases de mariscos que transportamos y por eso, hasta que la última langosta no esté a buen recaudo en la cetárea su trabajo no termina.

Al día siguiente, vuelta a empezar. Por mi parte y con el alma en los pies de puro cansancio, regreso a casa sin ganas de volver a escuchar nada que tenga que ver con la mar y el marisco en una larga temporada.

GENIO Y FIGURA

Más conocido por Toño, o por “Toñín el nuestru” cuando era más joven. Antonio Quesada Rosete es un veterano y reputado conductor de la “vieja escuela”. Debutante en el oficio hace casi treinta años, Toño suma una larga experiencia en el transporte de mariscos vivos, que se remonta a diez años atrás cuando comenzó a hacer Escocia e Irlanda.

Su habilidad para los negocios le convirtió durante un tiempo en maderista, faceta en la que también alcanzó renombre profesional. Pero lo suyo era la carretera. Hábil para el regateo y la compra es por lo que su patrón confía gran parte del negocio en él y sus decisiones son muchas veces claves para el negocio de Viveros Iraeta.

Casado y padre de dos hijos, es su familia la que sufre sus ausencias en la temporada del marisqueo. A sus 46 años este asturiano recio y cabal sigue en la brecha, a pesar de las cicatrices que un trabajo como el suyo le ha ido dejando en el alma.

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2 comentarios en «BAJARSE AL MORO»

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