THE BRIDGE OF FRIENDESHIP
Septiembre 2003
Convoy con ayuda humanitaria a Afganistán
Texto y fotos: Alberto Puerta

Cuando te vas aproximando a las inmediaciones del “Puente de la Amistad”, algo más que la saliva te forma un nudo en la garganta. Esta fría estructura metálica de casi un kilómetro de larga marca la frontera entre Uzbekistán y Afganistán y en el pasado delimitó los límites entre la guerra y la paz.

En la orilla norte del caudaloso río Amu Darya, cerca de la ciudad uzbeka de Termez, se mantiene la parafernalia diplomática y burocrática a la que continúan siendo tan dados los pueblos de cultura soviética.
Guardias de fronteras, militares de todos los rangos y medallas con sus amplios gorros de plato y funcionarios civiles que tienen que ganarse el sustento a base de revidar documentos y poner sellos, forman una especie de fauna seudo oficial, que si no fuera porque se trata de un convoy de Mercedes Benz y las ganas que tienen de ver gente por allí, seguro que nos complicarían la vida con tal de sacar algún euro o dólar de sobresueldo.
Chavales que deben estar haciendo la “mili” con sus escalofriantes Kalashnikov en bandolera, controlan al milímetro la presencia del convoy de camiones y furgonetas de acompañamiento que se dirigen hacia Afganistán, al otro lado del puente.
Los trámites son lentos, pesados, como si la cosa no fuera con ellos y las manecillas del reloj estuvieran en un eterno “stand by”. Toda una mañana es empleada y perdida para agilizar los papeles. Con mal disimulada impaciencia los componentes del convoy TRACECA tratamos de disimular el verdadero origen de nuestra desazón, que no es otros que el puro nerviosismo de lo que nos aguarda en el martirizado territorio de Afganistán.

EL VECINO POBRE
Todo el territorio asiático que hemos recorrido, desde Turkmenistán hasta Afganistán se da la circunstancia que todos ellos tienen la terminación en “están” y todos ellos delatan una gran pobreza en sus superficies desérticas, si bien el subsuelo es rico en petróleo y en gas natural. El problema radica en cómo exportarlo a Occidente, tan necesitado de estos combustibles.
Con el pulgar apuntando hacia el cielo, Schaukt, un joven soldado con el que consigo hacer una breve amistad, nos abre el paso hacia lo desconocido. Desde su constitución como país independiente en el año 1.747 las luchas intestinas y con sus vecinos más próximos han configurado la historia y el destino del pueblo afgano.
El largo puente que separa dos pueblos radicalmente distintos, en cultura y religión, ha sido eufemísticamente bautizado como “de la Amistad”. Sin embargo, por esta vía de comunicación pasaron las tropas rusas que invadieron el país el 24 de Septiembre de 1979.

Tras dejar atrás el puente llegamos al puesto fronterizo de Hayraton. Un conjunto de miserables casuchas habitadas por un pelotón de militares afganos que nos muestran sin rubor sus armas. Fusiles, granadas y pistolas se exponen en una mesa con la clara intención de amedrentarnos. Para que vamos a andar con rodeos, lograron con creces su objetivo. A ver quien es el valiente que se mueve. Casi había que pedir permiso para respirar.
Sin embargo, la gente, los propios militares son cordiales y afables. No les entiendo ni una palabra, pero la mímica siempre es de una ayuda inestimable para la comunicación humana.
En el parking de la zona portuaria fluvial de Hayraton, los camiones afganos esperan pacientemente al trasbordo de nuestra carga para arrancar raudos en dirección a Kabul. Alegres y bulliciosos los camioneros asiáticos nos invitan a tomar el tradicional té en unas tazas metálicas que no destacan precisamente por su higiene. Se impone la cortesía. No aceptar sería casi un insulto por lo que hago un duro esfuerzo mental para vencer la repugnancia y no ofender a mi anfitrión

UNA ISLA EN EL DESIERTO
Afganistán tiene un relativo comercio con sus vecinos de Uzbekistán. Sin embargo, hay un detalle bastante extraño en esta relación. Vemos algunos camiones uzbecos en Afganistán, pero no observé ningún camión afgano en Uzbekistán. Ello puede ser debido a que los afganos parecen encerrados en una autarquía religiosa que les impide la normal comunicación con los países vecinos, quizá porque Afganistán era, y no nos engañemos, aún es, un estado religioso/tribal cercado por la incomprensión de otros pueblos vecinos más abiertos a la modernización y al progreso.
A media tarde y antes de partir hacia Mazar-i-Sharif, un gran revuelo se forma en el parking. Es la llegada de cuatro o cinco camiones afganos para realizar el trasbordo de las mercancías que les llevamos.
Pasar más allá de Hayraton es peligroso ya que las tribus pastunes tienen controlada la zona y un camión extranjero y sin custodia militar duraría menos que un caramelo a la puerta de una escuela.
Los camiones son, en su mayor parte, Mercedes Benz de configuraciones 6×4 y 6×2 de los años setenta y están increíblemente bien conservados y en plena forma.

Hafzullah es un joven camionero de Mazar-i-Sharif que viene a recoger una carga de Tashkent para la capital, Kabul. Está contento porque el trabajo significa dinero y el dinero asegura la supervivencia en un territorio que es hostil hasta para los propios afganos. Me invita a subir a su MB 2626 del año de la polca y el bombín y me quedo asombrado de lo limpio y conservado que lo tiene. El interior está ornado con tapices tradicionales afganos elaborados en seda. Y me pregunto, ¿Qué haría este chaval se le damos un Actros 1846 automatizado como el que nosotros llevamos? Seguro que pensaría que es un buen regalo de Alá.
El Mercedes 2626 de Hafzullah tiene un motor de ocho cilindros en V atmosférico y doce litros de cilindrada. Está muy orgulloso de su máquina ya que tras más de veinticinco años por estos andurriales no le ha dado ningún problema grave. La “estrellita” ya se sabe, es sinónimo de fiabilidad.

De todas formas, nuestro nuevo amigo es un “manitas” y cuando alguna tripa se le estropea a la “Merche”, él y sus amigos son capaces de hacer una “cirugía” reparadora y milagrosa que lo vuelve a poner en circulación.
Su colega Noor conduce un Kamaz de morro, un vestigio de la presencia rusa en la década guerrera de los ochenta. Como el Mercedes tiene también dos tracciones. Luce bonito y es que la necesidad aguza el ingenio para mantener a punto una mecánica tan vetusta.
Al contrario que Hafzullah el bueno de Noor lo tiene más fácil ya que los Kamaz son camiones muy corrientes al otro lado del Amu Darya, en Uzbekistán y es fácil contactar con algún camionero uzbeco que pueda conseguir alguna pieza o repuesto de “extranjis”. Basta convencer o sobornar al guardia fronterizo para que el servicio posventa funciones a la perfección.

EL REY DE LAS DUNAS
Desde Hayraton la ruta hacia Mazar-i-Sharif y Kabul serpentea por suaves colinas hasta que el asfalto desaparece entre la arena desértica.
El Mercedes de Hafzullah se mueve en este terreno como el pez en el agua. Brinca y salta sobre los montículos de arena como si la cosa no fuera con él. Se nota que nuestro amigo conoces como la palma de sus manos este territorio hostil. Seguro que haría un buen papel a los mandos de un camión del París – Dakar.
Aquí no valen historias ni lamentos. Como los ejes se te entierren en el blando lecho de la senda estás perdido. Te quedas completamente a merced de la solidaridad de los compañeros que pasen. Como en otros tiempos en España por estos lares el compañerismo entre profesionales es muy apreciado en Afganistán.

Es frecuente verlos ayudarse con cables para salir de los frecuentes atascos o a la hora de reparar una rueda en carretera. Aquí cuando de pincha un neumático se tira de llaves, desmontables y barras para sacar la cámara, parchearla y volver a montarla para más tarde darle air con el compresor del camión. Todos llevan boquillas especiales a este efecto. Las ruedas “tubeless” todavía no han hecho acto de presencia por estas tierras.
A ambos lados de la senda y en las proximidades de una aldea perdida en este desierto, todavía puedo contemplar al paso, los restos oxidados de una columna rusa compuesta por camiones y tanques que fueron víctimas de una emboscada talibán. Son mudos y ennegrecidos testigos de una guerra cruenta y horrible que todavía no ha acabado del todo.
Al caer la noche llegamos a Mazar-i-Sharif, donde llega final de nuestro recorrido en Afganistán. Más allá de este punto el peligro es constante para un occidental, vaya en camión, en coche, helicóptero o carro de combate. Tu vida, para los talibanes que se enseñorean de este territorio, vale menos que un dátil.

Vivaqueamos en esta “perla del desierto”, en la que según la tradición se encuentra la tumba de Alí, yerno de Mahoma y cuarto emir. Tras un tranquilo paseo por las calles de la ciudad cenamos con Hafzullah y Noor que a la mañana siguiente continuarán su ruta hacia Kabul por el paso de montaña de Shibar, que con sus 2.987 metros de altura cruza la cordillera del Hindú Kusch, columna vertebral de Afganistán que divide en dos el territorio este a oeste.
Quizá algún día lejano podamos volver a vernos y a saludarnos con esos tradicionales y triples abrazos islámicos con los que nos decimos adiós a las puertas de Mazar-i-Sharif. Tanto para ellos, como para mí, la vida y la lucha cotidiana continuará en el tiempo.



